Es verdad que los fenómenos, que rechazan la existencia de un Dios misericordioso, abundan en nuestro entorno de muchas formas y maneras. La manifestación de estos fenómenos es más práctica que teórica, por eso son más factibles reconocer.
Estamos hablando propiamente de la indiferencia religiosa, modelo que lleva al hombre a actuar de diferentes maneras, con el único objeto de negar la existencia de Dios, o bien de pensar que Dios no existe, a pesar de su existencia.
“En el seno de este fenómeno se aloja la autonomía del ser humano”[1] que entre otras cosas busca un Dios cómodo a sus necesidades, que sea complaciente y permisivo, es decir, que no incomode a la hora de actuar de manera injusta ante los ojos de Dios. Esto porque se piensa que la “relación con Dios es una más entre las que vive la persona”[2].
“Muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la religión. Negar a Dios o la religión, o bien prescindir de ellos, no constituye ya, como en épocas anteriores, un algo insólito e individual; hoy en día aparecen muchas veces casi como exigencias del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo”[3].
Estas imágenes de Dios, son fenómenos, que alimentan la indiferencia religiosa en el hombre; además estremecen la fe y cambian de manera transcendental la forma de creer. Pero lo más peligroso es la apertura a caminos agnósticos y ateos.
Y esto en materia de fe es grave, porque, “el ateísmo moderno presenta también muchas veces una forma sistemática que, además de otras causas, conduce el deseo de autonomía del hombre a encontrar dificultad en cualquier dependencia de Dios. Los que profesan este ateísmo pretenden que la libertad consiste en que el hombre sea el fin de sí mismo, el artífice y demiurgo único de su propia historia.”[4] En otras palabras, el hombre, llego al extremo de creer que aunque Dios exista nada tiene que ver con la vida del hombre.
Estos son los grandes desafíos y derroteros, que la iglesia y la evangelización tiene que asumir. Por tanto, salir del puerto, es no tener resistencia a ofrecerle la vida a Dios, es estar dispuestos a entregar nuestro yo, sin reserva alguna, y sin tomar distancia de Dios.
Como hombres bautizados y “movidos por la fe, por la cual creemos que somos guiados por el Espíritu del Señor, debemos acercamos y discernir los acontecimientos, para poder llegar a ser signos verdaderos de la presencia o del designio de Dios”[5].
Salir del puerto, es también, obedecer el mandato del Señor: “vayan por todo el mundo y anuncien a todos este mensaje de salvación” (Mc 16,15). Este mensaje, anclado en el mandamiento del amor: Amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a ti mismo.
En definitiva, salir del puerto, es remar mar adentro, es decir, acoger la invitación de la V conferencia del Episcopado y del Caribe: Ser Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida.
Bibliografía
· CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIAN Y VICTORIA. Creer hoy en el Dios de Jesucristo. Cuaresma – Pascua de Resurrección 1986.
· CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II. Constituciones, Decretos y Declaraciones. Madrid: BAC. 2007.
· V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO Y DEL CARIBE. Documento Conclusivo. Aparecida. Celam. 2007.
[1]CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIAN Y VICTORIA. Creer hoy en el Dios de Jesucristo. Cuaresma – Pascua de Resurrección 1986. N° 14.
[2] Ibíd. N° 25.
[3] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II. Constitución pastoral Gaudium et Spes. Madrid: BAC. 2007.Pág. 244
[4] Ibíd. Pág. 256.
[5] Ibíd. Pág. 248.
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